Artículo de Alberto Flecha publicado en Diario de León el 06/06/2021.
Del carlismo se ha hablado mucho y se ha investigado poco. Quizás sea por esa querencia áurica que tiene a los tronos nuestra historia que, a lo más a lo más, apenas nos han quedado a todos en la retina más que unas imágenes de boinas rojas bajo palio o el retrato del infausto Fernando VII apegado a su nariz y al absolutismo, querencia esta última de la que no le costó despegarse cuando se echó en brazos de la que poco antes era hidra liberal para apuntalar el trono bajo las posaderas de su recién nacida hija Isabel, dejando de paso a su hermano Don Carlos, que esperaba la corona en virtud de la conocida Ley Sálica, con un palmo de narices, atributo del que este, por inercia genética, tampoco es que anduviera escaso.
Y si poco se sabe sobre el carlismo más allá de sus clásicos feudos en las tierras vascas y catalanas, no digamos en León. Quedémonos en tiempos de la querella dinástica entre los mencionados Carlos y Fernando y asomará por ahí un cabildo de la Sede leonesa especialmente combativo en defensa «del Altar y el Trono», a cuyo frente el conocido obispo aragonés Joaquín Abarca no dudó, recién estrenado el año 1833, en pasar revista, desde la ventana de su despacho, a los amotinados voluntarios realistas que desfilaban poco después de sublevarse en defensa de Don Carlos. Poco duró la algarada y, fracasada la rebelión, el prelado escapaba, quién sabe si a lomos de alguna acémila, en compañía del batallón de voluntarios y algunos clérigos, cruzando los viejos Montes de León camino de Portugal, para formar parte muy destacada del séquito carlista en el exilio. Sigue leyendo